Sociedad
Por Matias Kraber
29 de noviembre de 2024
Tal vez todo arrancó para prender un fuego: inventar algo en la calma del pueblo con la amistad de por medio que tiñe siempre todo de especial y distinto.
Todos de una misma clase: la 38, el año que nacieron que les dio la identidad de llamarse así a la juntada que comenzaron a hacer religiosamente cada año en distintas sedes. Un lugar típico siempre fue lo Chungo Yocco, frente a la pileta municipal, debajo de un monte de eucaliptos donde ellos tendían los tablones y a unos metros nomás tal vez uno de los mellis Ríos -siempre baquiano para asar- prendía el fuego y colocaba el costillar en la cruz para que se asara a fuego lento la carne que les daría de comer a todos: un lote de amigos que a fuerza de mística y repetición fueron inventando un ritual, un poderoso ritual, que le ganó al olvido y a la muerte qué es casi lo mismo.
Muere solo lo que se olvida y ellos jamás olvidaron nada. Juanchy es hijo de Juan Luis Escande - un clase 38 legendario que partió hace rato- y hoy lo recuerda sentado en el bodegón que es su máquina del tiempo que inventó hace unos años para que el encuentro suceda con música y amigos de por medio.
Juanchy dice que su viejo lo llevó por primera vez a los asados de la clase 38 cuando cumplieron 50 años y que aún recuerda el sonido de las damajuanas descorchándose, el sabor de la carne cocinada a leña que se deshace con el tenedor nomás y las risas de todos que eran muchos más de los que él recuerda: los mellizos Ríos,
El Chaqueño Cardozo que cantaba Amalia con su guitarra, Don Severino, Coco Herrera, Turco Majluf, Víctor Maggi, Perico Ruiz, su papá Luis y tantos más. Que algunos ya no están, que ahora sólo quedan 5 porque de a poco fueron partiendo por edad y destino, pero que la comida sigue en pie cada año incluso con Juanchy: convertido hoy en un anfitrión que agarró la posta como un clase 38 más para que la pelota no toque el suelo, y para honrar por sobre todas las cosas, la mística de la palabra amistad que ellos le inculcaron en cada sede en la que se juntaron: la John Deere de Víctor la recuerda como una sede emblemática para sus juntadas, así como también la parrilla de su casa en la que quedó un cuaderno desde el año 83 con la firma de cada uno de los parroquianos y el menú que comieron en cada oportunidad.
Una bitácora sagrada que hasta tiene algunas manchas de vino que la vuelven épica y que el propio Juanchy la conserva como un tesoro vivo porque la posta sigue. Dice que también recuerda que cuando fueron quedando menos en el grupo, antes de comer, iban al cementerio a dejarle flores a sus amigos que ya no estaban y después volvían para sentarse en el tablón con caballetes y honrar otro round más que aún les permite la vida: la celebración más poderosa de todas, la de mantener la amistad prendida con un fuego y una carne asándose despacito.
Una amistad que trasciende el lugar y que tampoco tiene fecha de vencimiento . La clase 38 sigue y nos enseña con su simpleza constante a mantener vivos los pequeños rituales que hacen a las personas comunes tan distintas como entrañables.
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